¿ES EL DARWINISMO ESENCIALMENTE ATEO?
Por Miguel Pérez de Laborda
Quienes sostienen que la teoría darwinista de la evolución es incompatible con la aceptación de la existencia de Dios tienen que elegir entre una de las dos alternativas: Dios o la evolución. En estas páginas intentaré mostrar que son de hecho compatibles y que, por tanto, es coherente la posición que suele llamarse teísmo evolutivo, que no renuncia a ninguno de los dos extremos de la alternativa.
La opinión de que religión y evolución están inevitablemente en conflicto quedó bien reflejada por el famoso biólogo Ernst Mayr cuando escribió que la viabilidad de la teología natural murió el 24 septiembre 1859, fecha de la publicación de El origen de las especies.
Ya desde que esta obra apareció encontramos quienes piensan que con las teorías de Darwin se habría hecho posible la fundación de un ateísmo científico. A este respecto, fueron muy influyentes dos biólogos especialmente radicales: en Inglaterra, T. H. Huxley,
lamado el bulldog de Darwin por su actitud radical, y, en Alemania, el profesor de zoología Ernst Haeckel (1834-1919), que probablemente fue el mayor responsable del conflicto entre religión y evolución
Los más conocidos portavoces de estas ideas en la actualidad son los partidarios del llamado Nuevo Ateísmo. Para entender la radicalidad de su posición, basta mirar al título de dos de sus obras más difundidas. Por un lado, El relojero ciego, de Richard Dawkins, que tiene en inglés este significativo subtítulo: why the evidence of evolution reveals a universe without design, con el que se afirma que no es posible establecer una conciliación entre evolución y diseño. Otra obra importante ha sido La peligrosa idea de Darwin: evolución y significados de la vida, de Daniel Dennett, que pretende decir «peligrosa para toda religión». Estos autores defienden una forma de ateísmo especialmente radical, que no pretende simplemente negar que Dios exista, sino rechazar totalmente el problema de la existencia de Dios: una vez disuelto el problema, no sería ya necesario ni siquiera resolverlo, del mismo modo que ya no es preciso plantearse la cuestión de si existen las hadas. Para lograr este resultado, sostienen, la biología moderna ofrece una base muy consistente, pues permite comprender cuáles han sido los motivos «evolutivos» por los que se habrían generado las religiones, y la propia idea de Dios.
En el otro extremo, las diversas formas de creacionismo han rechazado por motivos religiosos la teoría de la evolución. En este contexto, se suele llamar creacionismo a una doctrina religiosa, nacida en los Estados Unidos al inicio del siglo XX, que se opone radicalmente a la evolución, fundándose sobre una lectura literal del Génesis3. Por diversos motivos, conectados con algunos procesos judiciarios en torno a la enseñanza de biología en los colegios públicos, el movimiento creacionista se ha ido trasformando a lo largo del último medio siglo.
Su más reciente versión es el movimiento del Intelligent Design, en el que se da una explícita aceptación de la interpretación atea de la evolución. En palabras de su fundador, Phillip E. Johnson, el origen de su actitud crítica contra la teoría de la evolución es pensar que «la evolución biológica es sólo una parte importante de un gran proyecto naturalista, que intenta explicar el origen de todo, desde el Big Bang hasta el presente, sin conceder ningún papel al Creador»Identificando evolución y cientificismo naturalista, no pueden aceptar la compatibilidad entre teísmo y evolución. Por desgracia, este tipo de contraposiciones contra la teoría de la evolución han causado un gran descrédito a la propia religión, pues los científicos suelen pensar lo que Dobzhansky, cristiano y darwinista, expresó de este modo neto: hoy en día nada tendría sentido en biología sino a la luz de la
evolución.
Para hacer ver que religión y evolución son compatibles, puede ser útil recordar que ya desde el inicio aparecieron importantes autores cristianos que no veían ninguna dificultad en admitir las teorías de Darwin. De hecho, el primer testimonio escrito de la recepción de El origen de las especies es una carta escrita a Darwin por el vicario Charles Kingsley, algunos días antes de su publicación. Habiendo ya tenido ocasión de leer una copia del libro, antes de su distribución, hace una valoración muy positiva de esta obra, también desde la perspectiva religiosa: «Gradualmente he ido viendo que es una concepción igualmente noble de la Divinidad creer que Ella ha creado un corto número de formas primitivas capaces de transformarse por sí mismas en otras formas necesarias, como creer
que ha necesitado un acto nuevo de creación para llenar los huecos producidos por la acción de sus leyes»7. Es interesante tener en cuenta que estas palabras de Kinsley serán citadas por el propio Darwin en el último capítulo de las ediciones sucesivas del libro, aceptando la compatibilidad de sus tesis con el pensamiento religioso.
De hecho, hay indicios suficientes para pensar que, cuando escribe El origen de las especies, el propio Darwin pensaba que sus teorías eran compatibles con la existencia de un Creador. Aunque algunos años después, cuando escribe su autobiografía, se declarase agnóstico, no fueron sus propias investigaciones biológicas las que le movieron a esa posición, sino otros motivos más personales, como la pérdida de su hija preferida, Annie Elizabeth (1841-1851).
Otro ejemplo paradigmático es Asa Gray (1810-1888), un profesor de Botánica en Harvard, profundamente religioso, que se carteó con Darwin ya antes de 1859, y que fue el primer gran admirador americano de las ideas de Darwin. Gray reconoce que los que no son científicos se pueden fácilmente oponer a la evolución, acusándola de atea, pero se sorprende de que lo hagan también los científicos, pues considerarla atea implica no darse cuenta de que las explicaciones darwinistas y las teológicas se mueven en niveles distintos. Sería absurdo pensar que el proceso evolutivo es incompatible con un plan divino, del mismo modo que sería ilógico considerar ateas las teorías modernas que afirman que los átomos más complejos derivan de los más simples (hidrógeno, helio), aunque antes se pensase que cada uno de los átomos habían sido creados independientemente por Dios
Hay que reconocer, de todos modos, que diversos acontecimientos posteriores a la publicación de El origen de las especies favorecieron que surgiera la impresión de que la teoría de la evolución era incompatible con la religión. Por un lado, causó escándalo lo que algunos años después Darwin dijo acerca de la evolución del hombre.
Aunque al final de El origen de las especies Darwin había ya afirmado que su teoría difundía una intensa luz sobre la cuestión, sólo en el El origen del hombre (The Descent of Man), de 1871, hizo explícito que también el hombre estaba implicado en la teoría del evolución, desencadenando una polémica que quizás no se hubiera producido si no hubiera hablado también de este tema. Por otro lado, en los años sucesivos aparecen algunas aplicaciones especialmente radicales de las ideas evolucionistas, que tendrán también gran responsabilidad en la prevención con la que muchas personas religiosas mirarán a la evolución. Pienso que vale la pena mencionar al menos dos de ellas, estrechamente conectadas. Por un lado, el darwinismo social, ligado a la obra de Herbert Spencer, que, en una de sus versiones, aplica las teorías de Darwin al ámbito social y político, para defender, por ejemplo, un liberalismo radical que
no se preocupa de las desigualdades sociales derivadas de la Revolución industrial: ¡que sobreviva el más fuerte! Por otro lado, la eugenesia, cuyo más importante promotor fue un primo de Darwin, Francis Galton (1822-1911), que, quedando prendado de la lectura de El origen de las especies, se empeñó con entusiasmo en la promoción de la selección reproductiva en los hombres y mujeres, con la ilusión de mejorar la especie humana.
En realidad, involucrar también al hombre en la evolución no presenta ningún problema especial, siempre que se refiera al origen del «cuerpo» humano. Pero, como es natural, tanto las personas religiosas como los filósofos que hablan de la inmortalidad del alma piensan normalmente que la evolución no puede explicar el origen del alma humana.
Como ha quedado ya claro, muchas de las discusiones interminables en torno a la pregunta que intentamos responder derivan de no haber sabido ponerse de acuerdo previamente acerca del significado de algunas expresiones que se usan
en el debate. Hay que distinguir, sobre todo, entre la teoría biológica de la evolución y la ideología materialista que a veces la acompaña. La teoría científica sostiene sólo que los organismos actualmente existentes han aparecido, a partir de algunas formas primitivas, por medio de un proceso natural.
La ideología materialista sostenida por algunos científicos y filósofos, presentándola como inseparable de la evolución, no es en realidad una teoría científica sino filosófica, pues la teoría científica de la evolución no dice nada sobre si el orden del universo ha sido o no producido por una Inteligencia divina. De hecho, el propio Darwin reconoce al final de El origen de las especies que por medio de su teoría la figura del Creador queda ennoblecida: «Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de las más bellas y portentosas formas». Es muy digno de notar que las palabras «por el Creador» (by the Creator) fueron introducidas por Darwin en la segunda edición, y allí quedaron hasta la sexta y última edición publicada en vida de Darwin.
Por este y otros motivos, son muchos los pensadores que en los últimos decenios han puesto de relieve que la evolución ayuda a la teología a resolver problemas, y no plantea otros nuevos. Esta idea se recoge en una ya lejana afirmación de Aubrey Moore, un teólogo de Oxford que en 1890 escribió: «Apareció el darwinismo, y, bajo el aspecto de un enemigo, hizo el trabajo de un amigo»
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