¿HA DEMOSTRADO LA NEUROCIENCIA QUE LA
MENTE NO ES MÁS QUE UN SUBPRODUCTO DE LA
MATERIA?
Aquilino Polaino Lorente
La relación mente-cerebro constituye un tema clásico, configurado como problema antiguo en el ámbito de la ciencia teórica y especulativa (filosofía) y, más recientemente también, en el de las ciencias empíricas.
Las diversas posiciones más relevantes sobre el problema pueden sintetizarse en las tres siguientes:
el monismo, el dualismo y el dualismo monista.
Para las teorías monistas materialistas, la mente no se diferencia del cerebro,sino que todo constituye una única realidad: la material, que puede ser explicada por las leyes físicas de la naturaleza.
La mente —según estos autores— no es una realidad autónoma e independiente del cerebro (materia), por lo que las funciones mentales (el pensamiento, los sentimientos, la conciencia, el lenguaje, etc.) son expresión de las diferentes actividades de las neuronas y, en consecuencia, podrían reducirse a meros estados físicos del sistema nervioso central.
Algunos de los que postulan estas teorías no conceden ninguna autonomía a
la psicología respecto de las neurociencias.
De aquí la reducción de lo espiritual (el arte, la poesía, los sentimientos, la culpa, la moral, etc.) a lo material (la actividad físico-química del cerebro).
En esta perspectiva materialista, la mente y los procesos psicológicos no son una realidad extra-material y no tienen una existencia real, sino que son mera consecuencia de los mecanismos físicoquímicos que acontecen en las neuronas.
En los dos últimos siglos ha habido varias ediciones de esta actitud materialista
y reduccionista.
Este es el caso de reducir los estados mentales a estados funcionales del organismo (funcionalismo biológico; James, Putnam, Fodor) y, en las recientes décadas, incluso a soportes no biológicos como los ordenadores (funcionalismo computacional; Penrose, Schlosshauer, Hameroff).
Otros (Kauffman, Clayton) apelan al evolucionismo para «explicar» las funciones mentales como sistemas emergentes de complejidad creciente, y con
capacidad de auto-organización (emergentismo monista), que surgen de otros
sistemas más simples (la interacción entre los diversos procesos neuronales), a lo
largo de la evolución de la especie.
Esta teoría tampoco se fundamenta en hechos científicos probados, por lo que la aparición de la mente no es reducible a las neuronas como elementos de un sistema estructural más sencillo. Eccles se pronunció de forma clara sobre el emergentismo al sostener que éste «no explica nada. No es más que un nombre sin contenido real, una etiqueta […]
Un materialismo reduccionista pseudocientífico e inaceptable: la ciencia no
proporciona ninguna base para esta doctrina»
Menos reduccionistas, aunque también monistas, pueden considerarse algunos
neurocientíficos (Searle, Damasio, Gazzaniga) que, con ciertos matices, niegan el mentalismo (dualismo) y sostienen que las funciones humanas superiores pueden explicarse apelando a los procesos electroquímicos del cerebro (naturalismo biológico).
Para las teorías dualistas, mente y cerebro son dos realidades diferentes.
La mente es una sustancia inmaterial y no espacial; el cerebro, por el contrario, es una sustancia material, física.
La persona está formada por estas dos sustancias (materia y espíritu, alma y cuerpo;Descartes) radicalmente distintas e independientes (dualismo metafísico).
Esta teoría, cuyo origen está en la filosofía cartesiana, no sólo no está probada sino que plantea severos y graves inconvenientes respecto de cómo se comunican entre sí esas dos sustancias y el modo en que se componen e integran en la unidad, unicidad e identidad de la persona.
Más asequible y mayor fundamento tiene la teoría de Eccles, quien sostiene que la mente auto-consciente está relacionada con los procesos neuronales, pero no se identifica con ellos, aunque puede actuar sobre ellos y es capaz de integrar la información que de ellos proviene, ejerciendo cierto control sobre ellos (dualismo neurofisiológico; dualismo materialista).
Esta teoría es coherente con la experiencia de la intimidad, la unidad, la continuidad del yo y la unicidad de la persona. Es esta experiencia de la unicidad de la persona la que lleva a Eccles a afirmar lo que sigue: «Como las soluciones materialistas no son capaces de explicar esa experiencia de unicidad… me veo obligado a creer que existe lo que podríamos llamar un origen sobrenatural de mi única mente auto-consciente, de mi único yo o de mi alma única». En definitiva, que la mente se distingue del cerebro (dualismo), pero están tan íntima y sustancialmente unidos que llegan a constituir una unidad (monismo).
En esto coincide con la teoría acerca del hombre de los filósofos clásicos (realismo filosófico).
En ciertos matices, Damasio se aproxima también a esta teoría al postular que «reintegrar la mente en el cuerpo no significa, sin embargo, negar la actividad espi-ritual elevada, sino ver alma y espíritu como estados complementarios y únicos de un organismo»
La identificación forzada de la mente y el cerebro constituye, además de un
inadmisible reduccionismo ontológico y epistemológico, una sustitución de la
ciencia por la filosofía y tal vez por la ideología, habida cuenta de que tal
posición no se sostiene en ninguna evidencia científica que haya sido demostrada
ni en los rigurosos y excelentes avances actuales de las neurociencias.
La invasión de las ciencias sociales (psicología, psiquiatría, religión, economía,
ética, etc.) por las neurociencias —como si estas últimas pudieran explicar todo
con la total exclusión de cualquier otra disciplina— pone de manifiesto que dichas interpretaciones materialistas radicales son rehenes de la ideología.
Hasta ahora, las neurociencias no han demostrado que la mente y sus facultades sean un mero subproducto de la materia cerebral. Al no disponer de fundamento alguno, tal modo de interpretar ciertos hallazgos experimentales no se justifica desde la ciencia. Esta forma de pensar constituye más bien un cierto posicionamiento en lo que podría denominarse como una ambigua filosofía encubierta.
De aquí que el intento de secuestrar las ciencias sociales y some-terlas al ámbito neurocientífico sea una estrategia más ideológica que científica, imperialista, injusta y, además, imposible. Pues, como escribe Martínez Caro, «cualquier persona que haya revisado en los últimos años la literatura neurocientífica deberá reconocer que no existe ningún trabajo experimental ni ninguna interpretación de datos experimentales, publicada en una revista científica seria, que nos permita afirmar de modo claro, riguroso e inequívoco que la actividad neuronal (electroquímica, bioquímica o genético-molecular) del neocórtex, o de otra parte del cerebro, es la causa de los fenómenos mentales de modo total, próximo y suficiente».
Sin duda alguna, el cerebro es condición necesaria, aunque no suficiente, para
que la persona realice sus funciones psicológicas superiores.
Aunque el cerebro es una realidad material, las funciones mentales realizadas
por la persona conforman una realidad inmate-rial.
Como afirma Llano, «puede el hombre conocerse y decidirse: es reflexivo y libre. Y, en esa medida, no puede ser exclusivamente corporal. Y a eso que no se identifica con el cuerpo lo llamamos mente, espíritu o alma»
Son muchas las operaciones inmateriales realizadas por la persona como, por
ejemplo, la formación y uso de conceptos abstractos; el hecho de tener conciencia de que tiene conciencia; la experiencia de su libertad; la conciencia de culpa; la capacidad de inventar; la creatividad; la posibilidad de perdonar; la convicción verificable de que es susceptible de un conocimiento objetivo mediante el cual puede apresar la realidad y transformarla; etc. Son todas ellas funciones mentales inmateriales y, por tanto, no corruptibles. Por el contrario, el cerebro sí es material y, como tenemos frecuente y cercana experiencia de ello, corruptible, es decir, mortal.
PARA SEGUIR LEYENDO:
LLANO, A., Simposio Internacional «Cerebro y Sociedad». Fundación Ramón
Areces. Madrid, 1995.
MARTÍNEZ CARO, D., El yo y la máquina. Cerebro, mente e inteligencia artificial. Palabra. Madrid, 2012.
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